viernes, 14 de agosto de 2009

La vida desde una combi


Distintas formas de vestirse, de caminar, de hablar, de pensar, de divertirse, de trabajar, de vivir la vida limeña.

Comienza el día, comienza la vida, los niños al colegios, los universitarios corren a sus clases, otros al trabajo, el canto del gallo, se abren los mercados, los negocios, los bancos, los restaurantes, descansan los vigilantes, los obreros con su rumbo, tomar o no tomar desayuno, preparar las loncheras, limpiar la casa, sacar a pasear al perro, comprar el periódico, levantarse temprano, comienzan las rutinas y el caótico y cotidiano tráfico mañanero, autos, combis, ómnibus, movilidades escolares.

Qué linda flor, que linda flor”, canta un pequeñín en medio de trabajadores apurados apretujados, que le temen al avance de las manecillas del reloj, sin mucha acogida baja y sigue su rumbo. El lugar de los hechos, una combi tomada en San Borja. Sigue el viaje atravesando varios distritos, contemplando en cada uno casas, edificios, condominios, comercio, pistas, árboles, gente, ruido, aromas, climas, viendo lo mismo en cada uno pero en distintas condiciones.

Difícil aceptarlo, pero mientras avanza la combi, se hace más evidente, la diferencia de cada distrito con otro. Pues existen abismales contrastes, unos con optimas condiciones para vivir, donde se aprecia mejores pistas, áreas verdes cuidadas, negocios sólidos, que están a la vanguardia de las últimas publicidades, mejor calidad de vida. Y otros que no corren la misma suerte. Donde el caótico tráfico limeño de la hora punta hace que sea más abrumador el viaje.

Cada persona cuida su hogar y trabaja para que cada vez sea mejor y los miembros de ese hogar progresen en la vida. Y porqué no tener distritos que cada día mejoren y brinden una preferible calidad de vida de sus habitantes, aunque sea aportando un granito de arena por día. Será una interrogante que muchos ni pensamos en cuestionarnos, aunque seamos participes de esta realidad, que cada día vemos, cuando nos dirigimos a nuestros distintos destinos, pero no nos llama la atención, ni nos sorprende, pues ya estamos tan acostumbrados, que es algo cotidiano de la rutina.

Toda la combi se despierta, por un curioso olor a eucalipto que proviene del bolso de un diminuto viejecito que acaba de subir, el cual nos hace ver la llegada del anhelado y esperado letrero: Av. Pro.


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